La noche era fría, una de las noches más viejas que recordaba el viejo Creed. Se abrochó la chaqueta y se encendió un cigarrillo. El viejo Creed miró su reloj. Ya era hora de regresar a la caseta, donde estaría más seguro. Cuando estuvo en la caseta, cerró fuertemente las puertas y las ventanas, se sentó en su vieja silla a escuchar el cementerio.
Las puertas del cementerio se abrieron de par en par, para dejar paso a una siniestra comitiva; que apenas hacían ruido al caminar entre las lápidas de los fallecidos. Recitaban palabras en voz baja, palabras arcanas que no se escuchaban desde que el primer hombre caminara por la Tierra. Su apariencia era de lo más tétrica, su piel de tez cadavérica, ojos hundidos, ropa vieja y usada, adornos de huesos humanos, expresión seria. Eran seis figuras recortadas en la oscuridad de la noche
—Grant ¿quiénes son? ¿Por qué profanan nuestro descanso?
No eran los únicos que permanecían en el cementerio. Varias almas en pena seguían vagando por el espacio de descanso de los muertos, sólo que ellos nunca lo habían conocido.
A través de sus cuencas vacías y ensangrentadas observó a Beverly. Una chica guapa si uno ignoraba la herida abierta donde solía estar la garganta, tapada por un pañuelo empapado de sangre alrededor de su cuello. Las manchas del pañuelo resaltaban el rojo de su cabello y su top hacía muy poco por ocultar sus curvas. A Grant le recordaba a su hija cuando aún vivía. Acarició su barba pensativo.
— Son problemas, niña, muchos problemas.
Las figuras se detuvieron, como escuchando algo, se dijeron varias palabras en su maldito idioma, separándose después para buscar el tesoro más preciado para ellos. Muertos recién enterrados, su instinto les decía donde encontrarlos.
— ¿Qué quieren, Grant? ¿Por qué no les detiene el guardia?
—El viejo esta compinchado con ellos, le pagan con los objetos de valor que encuentran en los cadáveres. Te aconsejo que no mires, niña...
— ¡Dios, Grant! ¡Están saqueando las tumbas!
—No, niña, están devorando los cadáveres...
Los intrusos empezaron a abrir las tumbas, y sonriendo cuando veían la carne putrefacta de la que se alimentaban.
—Debemos hacer algo, Grant.— Dijo Beverly con tristeza.
—No hay nada que podamos hacer.- Era un espectro que ninguno de los dos había visto nunca. Su aspecto era de haber sido quemado, su rostro era un amasijo de carne quemada y abrasada.
—Me llamó Towers, Nick Towers. Esos bastardos devoraron mi cadáver no hace demasiado tiempo, intente detenerles, pero fue inútil.
— ¡No podemos dejar que sigan comiéndose nuestros cuerpos! — Exclamó Beverly.
—Mirad, ¡otra persona entra en el cementerio! — Gritó Grant.
Entre estatuas de piedra con forma de Ángeles solitarios y lápidas de piedra caminaba. Silenciosa una figura. Envuelto en una capa color rojo sangre, con un pentagrama grabado en su pecho desnudo, en su mano un largo tridente de metal. Sus ojos rojos sin pupilas visibles y una expresión de profundo pesar.
— ¿Quién es?
—Es uno de los señores infernales- Dijo Grant casi con temor reverencial.
Los devoradores de cadáveres dejaron su banquete y se volvieron hacía la persona que acababa de llegar. Con unos gritos espantosos, lo señalaron e intentaron huir espantados.
El señor infernal sonrió y enarboló su tridente, del que surgió una ola de llamas de fuego procedente de los mismísimos pozos del infierno. Los devoradores de cadáveres fueron fulminados, y cuando se estaban quemando se vio su verdadera forma, demonios deformes y repulsivos.
Se acercó a las cenizas de los demonios y miró a los espectros.
— He acabado con ellos, ahora queda algo por hacer.
Los tres espectros comprendieron.
Creed miró de nuevo su colección de objetos preciosos que le habían dejado sus “socios”. Un anillo de oro con rubíes, un diente de oro, un collar de perlas, varios pendientes de plata. ¡No estaba nada mal! No señor. Lo guardó todo en una caja. Miró la hora en su reloj. La hora de sus pastillas para el corazón. Se las tomó con un poco de agua, cogió la linterna y abrió la puerta de la caseta. De pronto escuchó un llanto que le helo la sangre en las venas a Creed. ¿Qué demonios era eso? No podían ser ellos. Ya se habrían marchado. Creed sacó la pistola que en sus treinta años en el cementerio jamás había usado.
— ¿Por qué?
— ¿Por qué dejas que mancillen nuestros cuerpos?
— ¡¿Quién hay?! ¡Salid, no os escondáis! Gritó Creed, que empezaba a ponerse nervioso. Ante él apareció un hombre sin ojos en las cuencas. Creed se quedó paralizado de miedo. Sus manos parecían moverse con voluntad propia y se pusieron alrededor de su cuello. Ahora veía dos figuras translucidas más, un hombre quemado y una joven.
—Te ha llegado la hora, tu castigo es la muerte.
Las manos aferradas a su cuello apretaban cada vez más. Pero fue su débil corazón lo que le mató, no aguanto la tensión y se paró.
Beverly sintió un escalofrió que le recorrió todo su ectoplasma.
— ¿Y ahora qué?
El señor infernal movió su tridente y un torrente de llamas fue formando algo, cuando se retiró, apareció un carro tirado por tres caballos, tres caballos con ojos brillantes y dientes carnívoros. Su dueño se subió al carro y extendió la mano, invitándoles a subirse. Los tres espectros aceptaron la invitación del Hijo de Satán y Hécate, Agnon y Set, los tres corceles infernales se elevaron en el cielo, dejando tras de sí una estela de fuego infernal...
1 comentario:
Hola, el relato es interesante y me gusta la primera imagen... es un cementerio real? en dónde está?
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